Se recurre a esta expresión para referir la acción por la cual alguien ha sido despedido, o expulsado, de un lugar de forma brusca y sin contemplaciones.
El Diccionario de Autoridades nos dice que el origen de esta frase se remonta a la época de la milicia. En los siglos XVII y XVIII, se expulsaba de la compañía de un regimiento a todo soldado que había cometido “un delito ruin o infame”. Para escenificar el acto de la expulsión, se acompañaba al soldado indisciplinado a la puerta del cuartel haciendo sonar las cajas de los tambores, previamente destempladas, “hasta echarle del lugar”.
Hoy día, de todos son conocidas los nombres de empresas o instituciones cuyos directivos aplican métodos similares de despido a sus empleados por razones económicas o de beneficio, y sin falta o delito.
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